El más pequeño de nuestros halcones fue, hasta mediados del pasado siglo,
un habitante frecuente de torres, cortijos, casonas, palacios y
castillos situados en regiones dedicadas a la agricultura y la ganadería
extensivas, en las que podía encontrar abundantes invertebrados con los
que alimentarse. Las transformaciones sufridas por el campo español en
las últimas décadas mermaron su hábitat y ocasionaron un acusado
declive, aunque en los últimos años la situación de la especie parece
haberse estabilizado tras verse favorecida por numerosas iniciativas y
planes de conservación.




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